La estructura tradicional de los regímenes democráticos se encuentra en franca evolución. Las transformaciones a nivel social y político son notables e impactan directamente en la conformación y eficiencia de los gobiernos. El cambio más considerable tiene que ver, sin lugar a dudas, con la novedosa constitución, y los roles que asume, la ciudadanía. La relocalización de una sociedad que antaño se consideraba amorfa y despolitizada, se ha convertido en un ente cada vez más articulado, con mayor acceso a la información y con intereses políticos particulares. En contraposición, la representación política tradicional que recaía en los partidos de masas ha entrado en un déficit institucional que ha generado un desequilibrio entre ciudadanía y política.
En el seno de estas transformaciones se encuentran al menos dos ejes globales que impactan y configuran esta nueva estructura, dando pie a un conjunto de nuevos fenómenos centrados en el ejercicio de la ciudadanía que ocupan y preocupan a nuestras democracias.
El primero de ellos tiene que ver con el modelo económico mundial, su hegemonía y su impacto social. Las crisis cíclicas del capital y el modelo neoliberal de concentración de la riqueza, se han vivido como una crisis social extendida en la medida en que dicho modelo ha sido incapaz de reducir los índices de pobreza y desigualdad. Este descontento con las condiciones de vida se ha traducido, quizás erróneamente, en un descontento particular con la democracia. No obstante, lo que se vive como un malestar, denota en realidad una contradicción estructural no resuelta entre capitalismo y democracia.
El segundo eje recae en las nuevas condiciones de un mundo cada vez más conectado en lo económico, lo político y lo social. Este escenario cristaliza en lo que hemos decidido llamar globalización desde principios de la década de 1980. Su principal característica tiene que ver con el hecho de que las acciones que se llevan a cabo en estas tres esferas, tienen un impacto generalmente regional, e incluso, global.
En el marco de estos ejes que han redefinido el mundo en pleno siglo XXI, se plantea repensar el nuevo posicionamiento ciudadano en el marco de las configuraciones políticas y económicas que ordenan el mundo público de los hombres. Para tal motivo, rescatamos las tres dimensiones conceptuales que definen a la ciudadanía: la social, la civil y la política.
De acuerdo con el informe “Nuestra Democracia”, desarrollado por el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) y la Organización de los Estados Americanos (OEA) en 2010, la ciudadanía es definida “como un precepto de igualdad básica asociada con la pertenencia a una comunidad, que en términos modernos es equivalente a los derechos y obligaciones de los que todos los individuos están dotados en virtud de su pertenencia a un Estado nacional.”
Concentrados en esta perspectiva garantista de los derechos ciudadanos, Thomas H. Marshall propone la división conceptual de la ciudadanía de la siguiente forma:
Desde este marco general, el VI Foro de la Democracia Latinoamericana pretende analizar diversos fenómenos enmarcados en estas tres dimensiones, que hoy preocupan a nuestras democracias; para de esa forma proponer, desde América Latina, una agenda democrática mundial centrada en el desarrollo de la ciudadanía.
De acuerdo con el reporte de Freedom House de 2014 , el estado de la libertad a nivel mundial ha caído por octavo año consecutivo. El 35% de la población mundial (2,467,900,000 personas) vive en territorios no libres, el 25% (1,822,200,000 personas) en territorios parcialmente libres, y sólo el 40% (2,826,850,000 personas) en territorios libres. Dicho informe indica que se han mostrado retrocesos en cuanto a derechos democráticos se refiere en países con alto impacto político, principalmente en Egipto, Rusia, Ucrania, Azerbaiyán, Turquía, Venezuela e Indonesia.
Una de las paradojas del reporte demuestra la creciente tendencia al fortalecimiento de los derechos y los procesos políticos, cuestión que se puede constatar con el incremento de cuatro nuevas democracias electorales (Honduras, Kenia, Nepal y Pakistán) con relación al informe de 2012, y con la creciente propensión a experimentar elecciones pacíficas y medianamente competitivas. En contraste, se observa un descenso generalizado en las libertades civiles, principalmente aquellas que tienen que ver con la libertad de expresión y de creencias.
Por su parte, el Barómetro de Conflictos (Conflict Barometer) de 2013 , desarrollado por el Instituto Heidelberg para la Investigación del Conflicto Internacional (Heidelberg Institute for International Conflict Research), anunciaba ya en su visión global de conflictos un aumento de al menos 9 conflagraciones políticas con relación a su informe de 2011, dando un total de 414 casos de este tipo. De ellos, 212 muestran indicios de violencia y el número de guerras (de diverso origen y naturaleza) ascendió a 20, dando un total de 45 enfrentamientos de alta intensidad si agregamos los 25 casos considerados de guerra limitada conforme a la metodología de dicha investigación; 176 conflictos presentaron crisis violentas, mientras que otros 193 casos no mostraron rasgos de violencia.
En el centro de esta disputa cada vez más radicalizada por el poder, la política democrática ha mantenido un rol cada vez más complejo en el arbitrio de dichos conflictos. Sin embargo, esta tensión pone en aprietos cada vez mayores a la democracia, imponiéndole retos nuevos en su búsqueda incansable por el respeto a los derechos humanos y ciudadanos en contextos de alta adversidad.
Por todo ello, la democracia ha transitado de formas específicas institucionalizadas como lo son las elecciones, a la búsqueda de gobiernos en los que las diferencias no sólo entre los partidos políticos, sino entre grupos sociales e individuos, encuentren un terreno en el que la fuerza de la palabra, el diálogo y el acuerdo, y no la fuerza o el autoritarismo, construyan representaciones más extendidas, en las que la inclusión de los grupos más diversos puedan participar tanto del poder, como del resultado de la gestión pública. No obstante, la política democrática está mostrando dificultades para incluir sectores y exigencias que se sienten ajenos a una real representación en los centros de poder, como resultado de un desarrollo ciudadano que aparentemente ha sobrepasado, momentáneamente, a la política tradicional.
El ejercicio de este Foro pretende hacer un giro poniendo la atención en cómo la ciudadanía, y una mayor diversidad ideológica cada vez más activa en la sociedad civil –producto también de la apertura democrática–, pueden propugnar por mayores espacios de participación política y no, como usualmente se hace, analizar y discutir el ejercicio de la política desde los centros clásicos de poder. En este sentido, es válido preguntar si la vía ciudadana, por un lado, y la política institucional, por el otro, encontrarán un camino a través del diálogo o, por el contrario, será a través de la confrontación –como muestra la tendencia del Barómetro de Conflictos previamente citado– como se diriman las inconformidades, las exigencias y las necesidades de la población. Ante esto, ¿cómo debe y con qué medidas cuentan las autoridades e instituciones para responder el reto? ¿Qué vasos comunicantes pueden establecerse entre la ciudadanía y una clase política que marchan por caminos separados? ¿Está haciendo su labor la democracia generando espacios para una mayor participación social y una mejor representación política?
En este marco, la democracia se enfrenta a un reto tan grande como actual: el ejercicio de una política inclusiva en un mundo globalizado y plural en sus representaciones culturales, sociales y religiosas. Una democracia que garantice una gobernabilidad que viable entre la expansión del régimen de libertades y el respeto al Estado de derecho, construyendo un marco factible de seguridades económicas, políticas, sociales y culturales. En conjunto, fortalecer el ejercicio ciudadano a través del impulso de los valores democráticos de forma extendida.
Por todo ello, el VI Foro de la Democracia Latinoamericana propone ser un espacio de análisis y reflexión sobre el papel fundamental que ocupa la democracia en un mundo cada vez más global y plural, en la búsqueda de una sociedad de derechos que permita una mayor inclusión de todos los sectores en la vida política. Esto nos invita a pensar los procesos de transformación que la era democrática ha traído consigo y sobre los retos que enfrentan sociedades desiguales en procesos de consolidación democrática.