SISTEMAS ELECTORALES Y DE PARTIDOS
Presentación
1.1. Definición de los sistemas electorales 1.2. Las funciones de los sistemas electorales 1.3. Tipos básicos de sistemas electorales 1.3.1. Mayoría (relativa y absoluta) 1.3.2. Representación proporcional 1.3.4. Otros sistemas (Japón, Australia, Irlanda del Norte, etcétera) 2.1. Definición de los sistemas de partidos 2.2. Las funciones de los sistemas de partidos 2.3. Criterios de clasificación de los sistemas de partidos 2.4. Las posibilidades de transformación de los sistemas departidos 3. ¿Existe relación entre los sistemas electorales y los sistemas de partidos 3.3. El llamado efecto mecánico 4. Los efectos de las relaciones entre los sistemas electorales y los sistemas de partidos
Un eje ordenador para evaluar a los regímenes políticos es el grado de aproximación o distanciamiento entre ellos y el ideal democrático. Así, este último sirve como parámetro para juzgar el funcionamiento y la dinámica de las instituciones y las prácticas políticas reales.
La
relación entre ideal democrático y realidad política es en extremo compleja
debido a que las instituciones y los procedimientos en los que la democracia se
concreta responden a procesos históricos y políticos específicos, así como a
la elección y concreción de opciones diversas.
Un
ejemplo que ilustra bien las anteriores aseveraciones es el de los sistemas
electorales. En efecto, éstos pretenden resolver la necesidad de traducir en
representación política el principio de la soberanía popular y la voluntad
ciudadana expresada en el voto. Sin embargo, como es sabido, no existe una fórmula
única para transformar votos en curules; las posibilidades de hacerlo son múltiples
y pueden incorporar una gran diversidad de variables específicas. Es verdad que
existen dos principios básicos de representación política: el mayoritario y
el proporcional, pero ambos pueden materializarse de muy diversas maneras e
incluso combinarse, dando lugar a una amplia gama de opciones y a una extensa
tipología de sistemas electorales.
Esta
situación ha generado interrogantes acerca de cuál es el mejor sistema
electoral, es decir, el que mejor se ajusta a los principios democráticos de
soberanía popular y de representación política. Los estudiosos del tema han
esgrimido argumentos en favor y en contra de uno y otro principio de
representación, de uno y otro sistema electoral, de una y otra posibilidad de
reforma, acumulando una gran riqueza teórica.
Así,
quizás haya que sustituir la pregunta acerca del sistema electoral perfecto por
una que indague sobre el sistema electoral más adecuado a las condiciones históricas
y políticas de una nación, que mejor responda a las necesidades y procesos
específicos de conformación de las instituciones de representación y de
gobierno, y que goce del más amplio consenso entre los actores políticos
relevantes y la mayoría ciudadana.
Pero
para ello es un requisito indispensable el conocimiento de los sistemas
electorales por parte de todos los protagonistas de los procesos comiciales,
incluidos desde luego los ciudadanos, cuya participación hace posible que la
democracia no quede arrinconada en el desván de las utopías políticas.
Instituto Federal Electoral
1.1. DEFINICIÓN DE LOS SISTEMAS ELECTORALES
El
sistema electoral es el conjunto de medios a través de los cuales la voluntad
de los ciudadanos se transforma en órganos de gobierno o de representación política.
Las múltiples voluntades que en un momento determinado se expresan mediante la
simple marca de cada elector en una boleta forman parte de un complejo proceso
político regulado jurídicamente y que tiene como función establecer con
claridad el o los triunfadores de la contienda, para conformar los poderes políticos
de una nación.
El
sistema electoral recibe votos y genera órganos de gobierno y/o de representación
legítimos. En ese sentido es una estructura intermedia del proceso a través de
la cual una sociedad democrática elige a sus gobernantes. Los extremos que lo
enmarcan, a su vez, forman parte de complejas realidades que en sí mismas
ofrecen un vasto universo de análisis.
Con
la generalización del sufragio en el mundo se puso en marcha la costumbre
social según la cual los gobernados intervienen en la selección de sus
gobernantes. Así, la democracia adquirió su actual adjetivo funcional:
democracia representativa. En ese sentido, se dice que es el mejor (o el menos
imperfecto) de los sistemas de gobierno que ha inventado el hombre. Los actores
y los elementos del fenómeno electoral moderno son múltiples y variados: los
electores, los candidatos, los partidos, los medios de comunicación, las
autoridades que organizan el proceso; también lo son los procedimientos para la
conformación de la lista de electores, la realización de las campañas de
difusión, la instalación de los lugares de votación, la emisión y conteo de
los sufragios y, finalmente, la resolución de los conflictos que se puedan
presentar durante y después del acto electoral.
1.2. LAS FUNCIONES DE LOS SISTEMAS ELECTORALES
De
acuerdo con sus objetivos, los sistemas electorales se componen de reglas y
procedimientos destinados a regular los siguientes aspectos y etapas de los
procesos de votación: ¿quiénes pueden votar?; ¿quiénes pueden ser votados?;
¿de cuántos votos dispone cada elector?; ¿cómo pueden y deben desarrollarse
las campañas de propaganda y difusión?; ¿cuántos representantes se eligen en
cada demarcación electoral?; ¿cómo se determinan y delimitan los distritos y
secciones electorales?; ¿quiénes y cómo deben encargarse de organizar los
comicios?; ¿cómo deben emitirse y contarse los sufragios?; ¿cuántas vueltas
electorales pueden y/o deben realizarse para determinar al triunfador?; ¿quién
gana la elección? y, por último, ¿cómo se resuelven los conflictos que
puedan presentarse?
En
los medios académicos y políticos europeo y norteamericano se ha desarrollado
una larga e intensa polémica acerca de las posibles consecuencias políticas de
las leyes electorales. En virtud de ello, se ha identificado a las fórmulas
electorales (así como a otras dimensiones de los sistemas electorales) como
factores fundamentales del proceso de transformación de votos en curules
(asientos reservados para los representantes en las cámaras respectivas). Por
ese motivo se ha clasificado a los sistemas a partir de las fórmulas que cada
uno de ellos contiene.
1.3. TIPOS BÁSICOS DE SISTEMAS ELECTORALES
1.3.1. Mayoría (relativa y absoluta)
El
sistema de mayoría simple, también conocido como el First past the post (fptp)
system, es el más viejo y sencillo de cuantos existen. Es predominante en
los países de habla inglesa. Normalmente se aplica en distritos uninominales,
es decir, las zonas o regiones en que se divide un país para elegir a un solo
representante popular, por mayoría, en cada una de ellas. Cada elector tiene un
voto y el candidato que obtiene mayor número de votos gana, incluso si no
alcanza la mayoría absoluta. Se conoce también como sistema de mayoría
relativa y en inglés como plurality
system.
Este
sistema ha sido objetado con el argumento de que, en el caso de presentarse una
gran fragmentación del voto, puede suceder que un candidato que represente a
una pequeña minoría del electorado tenga la mayoría simple de los votos y, en
consecuencia, sea declarado ganador. Por tal motivo, el sistema de mayoría
tiene una variante, que pretende asegurar que el triunfador en las urnas tenga
en realidad el apoyo de la mayoría de los electores. Se conoce en inglés con
el término de majority y supone que
hay un ganador cuando alguno de los candidatos ha alcanzado al menos el 50% más
uno de los votos. Por lo regular, el sistema de mayoría absoluta está asociado
con más de una vuelta de votación y con limitaciones para el número de
opciones que se pueden presentar en la segunda vuelta.
No obstante, la objeción más
importante a los sistemas de mayoría tiene que ver con los efectos de sobre y
subrepresentación que producen cuando se emplean para la elección de órganos
legislativos. Con ese tipo de sistema, un partido con mayoría, relativa o
absoluta, puede acaparar todos los cargos en disputa y así quedar
sobrerrepresentado, dejando a sus adversarios subrepresentados.
Gran
Bretaña es el caso típico de un sistema de mayoría simple. Su Cámara de los
Comunes está compuesta por 651 representantes electos en sendos distritos
uninominales a partir de la fórmula de mayoría simple. Esto implica que en
cada distrito obtiene el triunfo el candidato que ha recibido la votación más
alta.
Francia,
en cambio, es el mejor ejemplo de un sistema de mayoría absoluta. Su presidente
resulta electo sólo si alguno de los candidatos obtiene más del 50% de los
sufragios emitidos en la llamada primera vuelta. Si ninguno de los candidatos
obtiene la mayoría absoluta de los votos en esa vuelta, se realiza una segunda
ronda en la que compiten los dos candidatos que alcanzaron mayor votación en la
primera oportunidad. Así, en la segunda vuelta uno de los dos candidatos
necesariamente alcanza la mayoría absoluta de los votos emitidos.
Existen
dos variantes del sistema de mayoría absoluta que vale la pena tener presentes.
Uno se aplica en un país centroamericano con sólida reputación democrática;
el otro se aplica para la elección de la Cámara Baja en Francia.
Efectivamente,
en Costa Rica está vigente una fórmula atenuada de mayoría absoluta. Para
evitar la segunda vuelta, alguno de los candidatos presidenciales de ese país
debe alcanzar más del 40% de los votos. La ronda complementaria, por cierto,
nunca ha tenido que realizarse, pues cada cuatro años uno de los candidatos de
los dos partidos más votados supera el límite establecido por la fórmula
antes descrita.
1.3.2. Representación proporcional
El
sistema de representación proporcional (en adelante rp) ha sido el contrincante
tradicional de los sistemas de mayoría. La rp intenta resolver los problemas de
la sobre y la subrepresentación, asignando a cada partido tantos representantes
como correspondan a la proporción de su fuerza electoral.
Los
críticos del sistema proporcional argumentan que si bien los órganos de
representación electos por ese medio pueden ser un fiel reflejo del estado de
las opiniones y los intereses de la ciudadanía en un momento determinado, no
tienen un mandato específico para normar su acción legislativa y/o
gubernativa. Para gobernar y legislar, afirman, se requiere de un mandato claro,
basado en las ideas predominantes de la sociedad, no en el resultado de una
especie de encuesta de opiniones múltiples y desorganizadas. Hay otra objeción
importante a los sistemas de rp: el
orden en las listas de candidatos es establecido básicamente por los dirigentes
de los partidos políticos. Así, el ciudadano pierde en realidad el derecho a
elegir a su propio representante; su adhesión es a un partido, a un programa, más
que a un candidato determinado. En consecuencia, censuran que los sistemas de RP
rompen el vínculo entre representado y representante, que es asegurado en
cambio por los sistemas de mayoría en cualquiera de sus dos versiones.
Italia
fue hasta hace poco el mejor ejemplo de un sistema de rp. Sus 630 diputados eran elegidos en tres circunscripciones
plurinominales por el método conocido como Imperiali.
En la actualidad, Italia ha cambiado hacia un sistema mixto, que analizaremos más
adelante.
Actualmente
España es el país más poblado de Europa que aplica el sistema electoral de rp.
Esa nación se divide en 50 provincias que sirven como circunscripciones
plurinominales para la elección de los 350 miembros del Congreso de los
Diputados. Los partidos participan en la distribución de curules con listas que
se denominan bloqueadas, ya que los propios partidos establecen el orden en el
que se asignarán las diputaciones. Así, los que ocupan los primeros lugares de
las listas regionales tienen la mayor probabilidad de ocupar las curules. Sin
embargo, para participar en la distribución los partidos están obligados a
obtener más del 3% de la votación nacional. Ese mínimo de votación es
denominado, técnicamente, el umbral de los sistemas de rp.
El
método de distribución de las curules en España se conoce como fórmula
D'Hondt y es de uso muy extendido en los sistemas de rp.
Es un procedimiento que funciona a partir de divisiones sistemáticas de la
votación obtenida por los diversos partidos, con el objeto de conformar una
tabla distribuidora. Una vez construida esa tabla, las curules se asignan a los
números más elevados, con lo que se determina cuántas curules le corresponden
a cada partido. Un pequeño e imaginario ejemplo permite observar la forma de
funcionamiento de este método de distribución de curules.
Tabla 1. Número de votos por partido
Partido |
Votos |
A | 75,000 |
B | 48,000 |
C | 34,000 |
D | 28,000 |
La
fórmula D'Hondt establece que la votación obtenida por cada partido se debe
dividir, a partir de la unidad, por números enteros sucesivos hasta cubrir el número
de curules que se van a distribuir, en este caso cinco. Los resultados de esta
operación se muestran en la tabla 2.
Inmediatamente,
se asigna la primera de las cinco curules al número más elevado de la tabla,
esto es, al 75,000. La segunda curul corresponde al segundo número más
elevado: 48,000; la tercera al tercer número, o sea al 37,500; la cuarta al
cuarto número: 34,000 y, finalmente, la quinta curul al quinto número más
grande, esto es, al 28,000.
De
modo que la distribución de curules por partidos resulta de la siguiente
manera: el partido A queda con dos curules y los partidos B, C y D, con una.
Tabla 2. Número de votos por partido, dividido entre el número de curules
Votación dividida entre:
Partido | 1 | 2 | 3 | 4 | 5 |
A | 75,000 | 37,500 | 25,000 | 18,750 | 15,000 |
B | 48,000 | 24,000 | 16,000 | 12,000 | 9,600 |
C | 34,000 | 17,000 | 11,333 | 8,500 | 6,800 |
D | 28,000 | 14,000 | 9,333 | 7,000 | 5,600 |
En
algunos países latinoamericanos se utiliza el método D'Hondt para la asignación
de curules de representación proporcional.
En
Argentina, los 259 miembros de la Cámara de Diputados se eligen en 24
circunscripciones, correspondientes a 23 provincias y a la capital federal, con
el referido método de distribución y las llamadas listas bloqueadas.
En
Guatemala se emplea un doble sistema para la conformación del Congreso, que es
unicameral. Ochenta y siete de los miembros del organismo son electos por rp
en 23 circunscripciones plurinominales. Los 29 restantes son electos también
por rp en una sola circunscripción
nacional. En ambos casos, el método de distribución es el D'Hondt.
En
la República Dominicana los 120 miembros de la Cámara de Diputados se eligen
en las 26 provincias y el Distrito Nacional de Santo Domingo, cada uno
conformado como circunscripción electoral, con listas bloqueadas (listas
predeterminadas por los partidos, en las cuales los votos de los electores no
pueden modificar el orden en el que se presentan los candidatos) y según la
llamada fórmula D'Hondt.
En
Venezuela una parte de su Poder Legislativo también es elegido a partir del método
D'Hondt. En este caso, 199 de los miembros de la Cámara de Diputados se eligen
en 22 estados y en el Distrito Federal, los cuales se constituyen como
circunscripciones plurinominales, por listas bloqueadas y el método D'Hondt.
Dos diputados se eligen por mayoría relativa en sendos territorios federales.
Además, el Consejo Electoral Supremo está facultado para distribuir un número
variable de curules adicionales, destinadas a compensar posibles casos de
subrepresentación.
El
sistema de lista adicional es una de las variantes de los llamados sistemas
mixtos. Por lo regular se trata de sistemas que mezclan elementos de los
mecanismos de mayoría y de representación proporcional. Tienen además una
particularidad fundamental: la sección del órgano legislativo que se elige por
rp está pensada como una adición que pretende compensar la desproporción de
la representación elegida por medio de la mayoría relativa. Pueden existir
muchas variantes en este tipo de sistemas. Dentro de sus elementos básicos, la
determinación de los porcentajes mínimos de votación para participar en la
distribución de la lista adicional es quizá de los elementos más importantes,
como también lo es la participación o no del partido mayoritario en la
distribución.
Por
lo regular, los sistemas mixtos se basan en una estructura de mayoría simple en
distritos uninominales, complementada por diputaciones adicionales distribuidas
por rp. El sistema mixto mexicano, que estuvo vigente entre 1978 y 1986, regido
por la Ley Federal de Organizaciones Políticas y Procesos Electorales (loppe),
es un buen ejemplo de lista adicional. Según ese ordenamiento legal, la República
Mexicana se dividía en 300 distritos uninominales, por lo que, en consecuencia,
se elegían 300 diputados de mayoría relativa. Además, a partir de un número
determinado de circunscripciones plurinominales se elegían 100 diputados de
representación proporcional. Estos últimos estaban reservados para los
partidos minoritarios que hubieran alcanzado más del 1.5% del total de la
votación nacional. El método de distribución de las diputaciones
plurinominales era distinto al de la fórmula D'Hondt. Correspondía a los
llamados métodos de cociente.
Con
el objeto de ilustrar el funcionamiento de los sistemas mixtos de distribución,
apliquemos uno de ellos a los datos de nuestro ejemplo.
Tabla 3. Número de votos por partido
Partido | Votos |
A | 75,000 |
B | 48,000 |
C | 34,000 |
D | 28,000 |
Al
sumar los votos obtenidos por los partidos que participan en la distribución de
las curules se obtiene la votación efectiva: 185,000.
El
método de cociente natural divide la votación efectiva entre el número de
escaños a repartir, es decir: 185,000 entre 5. El cociente natural (cn) sería,
entonces, de 37,000.
Tabla 4. Curules obtenidas por el método de cociente natural
Partido | Votos | Curules por cn | Resto de votación | Curules por resto |
A | 75,000 | 2 | 1,000 | 0 |
B | 48,000 | 1 | 11,000 | 0 |
C | 34,000 | 0 | 34,000 | 1 |
D | 28,000 | 0 | 28,000 |
1 |
La
distribución de curules por partidos, en consecuencia, resulta de la siguiente
manera: el partido A queda con dos curules y los partidos B, C y D, con una.
Camerún
tiene un peculiar sistema mixto para elegir a los 180 miembros de su Asamblea
Nacional. Una parte se elige por mayoría simple en distritos uninominales.
Otra, por mayoría absoluta en circunscripciones plurinominales. Si ninguna de
las listas obtiene mayoría absoluta, se le asigna la mitad de los escaños o
curules a la lista más votada y el resto se distribuye entre las demás listas
por representación proporcional. El umbral mínimo fijado para participar en la
distribución de escaños proporcionales es el 5% de la votación.
Costa
Rica también practica un peculiar sistema mixto para la elección de los 57
miembros de su Asamblea Legislativa. En este caso se calcula un cociente simple
electoral, dividiendo el total de la votación entre el número de curules, o
sea 57. Con ese cociente se establece el umbral para participar en la distribución,
que equivale al 50% del cociente simple electoral. Una vez determinado el número
de partidos que participarán en la distribución se calcula un segundo
cociente, tomando en cuenta solamente la votación de las listas de candidatos
que participan en la distribución. Se asignan las curules para cada lista en
función del número de veces que cabe el segundo cociente en la votación de
cada una de ellas. Si después de esa distribución aún faltan curules por
distribuir, éstas se asignan a los restos mayores, pero tomando en cuenta la
votación de los partidos que quedaron eliminados para la primera distribución.
Quizás
el sistema mixto más conocido sea el alemán. En este caso, la mitad de los 656
miembros de la Asamblea Federal se eligen en sendos distritos uninominales por
mayoría simple. La otra mitad se elige por representación proporcional en
circunscripciones equivalentes a los estados federados. Así, a cada estado le
corresponde un número de diputados de rp
igual al número de distritos uninominales que lo conforman. En la distribución
de las diputaciones de representación proporcional participan todas las listas
que hayan alcanzado más del 5% de la votación de la circunscripción.
Este
método ha sido recientemente implantado en Italia y se discute la pertinencia
de adoptarlo también en Japón.
En México,
desde 1988 se aplica un sistema mixto con dominante mayoritario. Se eligen 300
diputados en sendos distritos uninominales y 200 de representación proporcional
en cinco circunscripciones plurinominales. El umbral establecido para participar
en la distribución de los diputados de rp es el 1.5% de la votación nacional. En este caso existe
un tope máximo de diputaciones para el partido mayoritario, que teóricamente
puede implicar que el sistema pierda su capacidad para hacer equivalentes las
proporciones de votos y de curules de cada partido.
Esa capacidad
es la característica más publicitada del sistema mixto alemán. La forma en
que está diseñado pretende ajustar de la manera más exacta posible las
proporciones de votos y de curules de cada partido, propósito que se cumple
fundamentalmente porque en cada entidad federada se elige exactamente el mismo número
de representantes de mayoría relativa y de representación proporcional y, además,
porque los electores emiten un voto por los candidatos de su distrito y otro por
las listas plurinominales de su circunscripción. A pesar de estas ventajas, se
ha señalado que este sistema presenta cierto sesgo favorable a los partidos más
votados. Esto se debe a que los partidos que no alcanzan el 5% de la votación
en ninguna de las circunscripciones no obtienen representación alguna. Así,
las curules que un sistema de rp
ideal debiera destinarles son asignadas a los partidos más votados. No
obstante, es necesario tomar esta objeción con cuidado, pues regularmente los
partidos con cierta presencia en alguna región logran alcanzar representación
en la circunscripción correspondiente, aun cuando su presencia nacional sea muy
limitada.
1.3.4. Otros sistemas (Japón, Australia, Irlanda del Norte, etcétera)
En
diversos países han sido propuestos y han tenido vigencia métodos de
escrutinio que no pueden considerarse de mayoría, ni de representación
proporcional, o que son variantes sofisticadas de esos modelos. Tampoco pueden
presentarse como sistemas mixtos, pues no lo son en realidad. Uno de los más
conocidos es el sistema de voto único,
no transferible, que se aplica en Japón.
Este
sistema, dicen sus críticos, permitió que durante largo tiempo existiera un
partido predominante en Japón, impulsado por las campañas electorales que sus
candidatos desarrollaban en cada distrito. Además, es necesario señalar que se
trata de un sistema que conduce a los candidatos del propio partido predominante
a una extraña situación de competencia. En efecto, un candidato muy popular o
que realice una campaña sobresaliente en su distrito podría afectar las
posibilidades de obtención de votos para el resto de los candidatos de su
partido. En favor de este sistema se argumenta que permite cierto equilibrio en
la representación que obtienen los partidos más grandes de la oposición, pues
son ellos los que tienen mejores posibilidades de ganar posiciones en los
distritos.
Otro
método peculiar es el conocido como voto
alternativo que se aplica en Australia. En ese país se eligen 148
representantes en sendos distritos uninominales, y los electores establecen su
primera y segunda preferencia respecto de los candidatos postulados por los
partidos. Posteriormente, el escrutinio se realiza en diversas etapas. Primero,
se establece si alguno de los candidatos obtuvo la mayoría absoluta en las
primeras preferencias, esto es, si más del 50% de los electores le otorgó a
ese candidato su primer voto. Si es así, ese candidato resulta electo. Si
ninguno de los contendientes cumple con el requisito, se elimina al candidato
que obtuvo menos primeras preferencias y se distribuyen sus votos de acuerdo con
las segundas preferencias asignadas por sus electores. Así, se realiza un
segundo conteo. El candidato que esta vez logre alcanzar la mayoría absoluta es
electo, pero si ninguno lo logra, se elimina al segundo que menos votos recibió
para volver a distribuir sus votos en función de las segundas preferencias
establecidas por sus electores. Finalmente, quien resulte electo lo es por mayoría
absoluta, compuesta por los votos de primera preferencia que obtuvo más los de
segunda preferencia que los electores de los partidos más débiles le
otorgaron.
La
principal objeción que ha merecido este sistema es que, dada su complejidad,
resulta de difícil aplicación. No obstante, una vez que los ciudadanos conocen
su funcionamiento, las alternativas que ofrece son significativas. El elector
puede determinar su primera y segunda preferencias por razones absolutamente
diversas, como de hecho sucede en los típicos sistemas de mayoría absoluta.
Por lo regular, el voto en la primera vuelta (en este caso, de primera
preferencia) es el resultado de las afinidades ideológicas de los ciudadanos.
El voto de segunda vuelta (la segunda preferencia) se orienta más por un cálculo
político de éxito de los distintos candidatos. En cierto sentido, argumentan
quienes se declaran en favor del sistema australiano de voto alternativo, que se
trata de una fórmula que posee las ventajas del sistema de mayoría absoluta y
evita que los ciudadanos tengan que ir a las urnas dos veces consecutivas.
El
método de voto único transferible
es un sistema que se aplica en Irlanda del Norte en
las demarcaciones con múltiples miembros. Se eligen 166 miembros de la Dáil Eireann, Cámara de Representantes, en 41 distritos. El
sistema funciona con el voto que los electores emiten en favor de la lista de
alguno de los partidos, estableciendo el orden de los candidatos de acuerdo con
sus preferencias. Al realizar el cómputo se distribuyen los puestos de
representación a partir de una cuota (que resulta de dividir el total de los
votos entre las curules a distribuir más uno), tomando en cuenta los primeros
lugares obtenidos por cada candidato.
En
Uruguay se aplica el peculiar sistema de
voto doble y simultáneo para la elección de presidente, senadores y
miembros de la Cámara de Representantes. Este método se basa en la llamada
"ley de lemas", que permite que diversos sublemas o corrientes de un
mismo partido postulen candidatos para los puestos en disputa. El sistema es de
doble voto, pues el elector debe realizar dos decisiones: primero, por cuál de
los lemas (partidos) votaría y, segundo, cuál de los sublemas de ese partido
elegiría. Se dice, además, que es un sistema simultáneo porque ambas
decisiones se realizan en el mismo momento.
Para la elección de los 99 miembros de
la Cámara de Representantes el sistema opera en 19 distritos plurinominales. La
distribución de los escaños entre los lemas se establece a partir del llamado
cociente simple, que surge de dividir la votación válida entre el total de las
curules a distribuir. Si después de aplicado este procedimiento sobran curules,
se aplica el criterio del resto mayor. Una vez determinado el número de curules
que le corresponde a cada lema, a los sublemas se le asignan también de manera
proporcional. Así, cada sublema queda representado en el órgano parlamentario
de acuerdo con su capacidad proporcional para obtener apoyo general para su
partido, y particular para su grupo o corriente.
De
nueva cuenta estamos ante un sistema relativamente sofisticado. El método
obliga a los ciudadanos a diferenciar entre lemas y sublemas para poder expresar
cabalmente sus intenciones de voto. Esa es la crítica más generalizada contra
el sistema uruguayo de doble voto simultáneo. En cambio, se le reconoce un par
de virtudes. Por un lado, ha sido ingrediente central de la estabilidad de los
partidos políticos uruguayos. En efecto, pocos grupos y/o corrientes de opinión
deciden marginarse del partido al que pertenecen, pues el sistema les permite
participar en las contiendas electorales sin que tal marginación resulte
necesaria. Es, hasta cierto punto, un antídoto contra la lucha de facciones
dentro de los partidos y contra su eventual fragmentación.
2.1. DEFINICIÓN DE LOS SISTEMAS DE PARTlDOS
Los sistemas de partidos son un fenómeno relativamente reciente en el mundo político occidental. Por ese motivo, son un objeto relevante de la ciencia política actual; no obstante, su desarrollo es en cierta medida incipiente. La relativa juventud de los sistemas de partidos como objeto de estudio de la ciencia política está vinculada con la también relativa juventud de los propios partidos políticos. Éstos surgieron en sus formas incipientes durante la segunda mitad del siglo xix, y no fue sino hasta después de la Segunda Guerra Mundial cuando los partidos se consolidaron como instrumento privilegiado de organización política, de comunicación entre gobernados y gobernantes, y de conformación de la representación política de la ciudadanía.
Los partidos, para serlo, según la
mayoría de los politólogos que han trabajado en el tema, deben cumplir con
ciertos requisitos. En primer lugar, deben ser algo distinto de las facciones
políticas. Éstas han existido desde hace mucho tiempo y los partidos surgieron
justamente como una evolución positiva de las facciones políticas. Mientras
las facciones persiguen el beneficio de sus miembros, los partidos persiguen el
beneficio del conjunto, o por lo menos de una parte significativa de la sociedad
en la que están insertos. Esto los obliga a elaborar y promover un proyecto político
que satisfaga las aspiraciones tanto de sus miembros como de otros individuos y
sectores que conforman la sociedad. Por otro lado, los partidos, para serlo,
deben de reconocerse como parte de un todo que los supera. Los supera porque la
suma de proyectos elaborados por todos y cada uno de los partidos define el
proyecto de nación que una sociedad (o más específicamente, la clase política
de una sociedad) adopta como rumbo. En consecuencia, cada partido está obligado
a reconocer la existencia de otros partidos y a aceptar que éstos también
pueden organizar y promover proyectos políticos, incluso radicalmente distintos
al suyo.
Asimismo,
un partido debe decidirse a ser gobierno. Aunque grupos políticos de muy
diverso tipo puedan aspirar a ejercer ciertos cargos de representación política,
ese hecho no basta para que lo hagan con eficiencia. Para gobernar, los partidos
deben ofrecer diagnósticos de la realidad en la cual actúan, pero también
propuestas viables a sus electores. La contienda por el poder debe adecuarse a
mecanismos democráticos que dejen satisfechos a los actores políticos y al
electorado.
Es
indispensable que los partidos funjan como canal de comunicación entre los
gobernados y sus gobernantes. En ese sentido tienen la tarea de articular las múltiples
opiniones que expresa la sociedad para crear lo que se ha denominado "el
intelectual colectivo orgánico", que no hace más que distinguir, de entre
las aspiraciones de una sociedad, aquéllas que son políticamente aceptables y
prácticamente aplicables.
Bajo
esta perspectiva, el partido es un organizador de la opinión pública y su
función es expresarla ante los que tienen la responsabilidad de adoptar las
decisiones que hacen posible la gobernabilidad. Pero si esto es válido, también
es cierto que los partidos son un canal de transmisión de las decisiones
adoptadas por la élite política hacia el conjunto de la ciudadanía. Como
canales de expresión biunívoca, los partidos terminan por expresar ante el
gobierno las inquietudes de la población y ante la población las decisiones
del gobierno. De tal suerte que los partidos constituyen importantes espacios de
comunicación en las sociedades democráticas.
La
última característica de los partidos, y quizá la central, consiste en que
están obligados a reconocerse en la contienda político-electoral como actores
principalísimos de la lucha por el poder. Por eso, los partidos existen y se
desarrollan en aquellas sociedades en que la lucha por el poder se procesa en el
campo estrictamente electoral. Así, los partidos requieren de acuerdos básicos
que les permitan preservar el espacio electoral como el ámbito privilegiado de
competencia, incluso cuando resulten derrotados en las contiendas por el poder.
En este sentido, los partidos son leales al sistema político cuando reconocen
en el campo electoral, y sólo en él, los mecanismos básicos para la obtención
del poder y su consecuente ejercicio. Esta característica de los partidos
resulta de gran importancia para definir las características centrales de lo
que hoy se entiende como sistema de partidos. Efectivamente, sólo donde hay
partidos puede existir un sistema de partidos. Éste es el producto de la
competencia leal entre los diversos partidos políticos.
Ahora podemos ofrecer una simple, pero también compleja, definición del sistema de partidos: es el espacio de competencia leal entre los partidos, orientado hacia la obtención y el ejercicio del poder político.
2.2. LAS FUNCIONES DE LOS SISTEMAS DE PARTIDOS
Si el sistema de partidos es básicamente
el marco de la competencia que entabla este tipo de organizaciones para obtener
y ejercer el gobierno, sus funciones resultan de vital importancia en las
democracias representativas. Por esta razón, el sistema de partidos funciona
como una cámara de compensación de intereses y proyectos políticos que
permite y norma la competencia, haciendo posible el ejercicio legítimo del
gobierno. El sistema de partidos y los partidos en él incluidos juegan el papel
de instancia mediadora de comunicación entre la sociedad y su gobierno. De este
carácter de mediación se derivan las principales funciones de un sistema de
partidos: confrontación de opciones, lucha democrática por el poder, obtención
legítima de cargos de representación y de gobierno y, finalmente, ejercicio
democrático y legítimo de las facultades legislativas. La capacidad que el
sistema de partidos tiene para satisfacer las anteriores funciones es, en
definitiva, el parámetro para evaluar su funcionamiento. Un sistema de partidos
que no es capaz de satisfacer todas estas funciones deja de ser un medio
efectivo de comunicación entre gobernados y gobernantes. En cambio, un sistema
de partidos que sí las satisface es un buen canal de comunicación entre
sociedad y gobierno.
2.3. CRITERIOS DE CLASIFICACIÓN DE LOS SISTEMAS DE PARTIDOS
Para estudiar la dinámica de los partidos políticos se han elaborado diversas clasificaciones que intentan ordenar los sistemas de partidos en conjuntos relativamente coherentes, divididos entre el número de partidos que los conforman. Así, se ha hablado de tres formatos básicos de sistemas de partidos. Aquellos en los que existe solamente un partido, los conocidos como unipartidistas. Aquellos en los que dos partidos, con cierta frecuencia, se alternan en el ejercicio gubernativo, también conocidos como bipartidistas. Y aquellos en los que coexiste una cantidad significativa de partidos políticos, conocidos como pluripartidistas.
Esta clasificación numérica de los
sistemas de partidos ha producido una intensa polémica en la ciencia política
contemporánea. El principal argumento es que el simple ordenamiento de los
sistemas por el número de sus componentes no ayuda más que a reconocer que
existen mayores o menores niveles de fraccionamiento político en cada una de
las sociedades. Es decir, determinar el número de partidos resulta
significativo cuando queremos saber qué tan fragmentado o concentrado están el
poder político o las opiniones políticas en el conjunto de la sociedad. Sin
embargo, el simple análisis del número de partidos poco dice de la dinámica
real de competencia entre éstos. Como salta a la vista, decir que un sistema es
de uno, de dos o de muchos partidos es explicar muy poco, cuando lo que se
quiere es conocer las razones de la existencia de ese determinado número de
partidos y lo que esto implica para la competencia política por el poder.
Debido a la insuficiencia de este tipo de análisis, se han ensayado diversas
explicaciones o acercamientos para estudiar los sistemas de partidos.
Sin
embargo, ninguno de ellos ha logrado el consenso en la comunidad académica de
la ciencia política; tampoco ninguno ha producido un marco teórico de tal
generalidad que permita reemplazar la clasificación de los sistemas de partidos
en función del número de sus componentes. La aportación más significativa en
este ámbito la realizó Giovanni Sartori. El criterio numérico para clasificar
los sistemas de partidos es aceptable, pero –sugirió el politólogo
italiano–, sólo en el caso de que se consideren aquellos partidos que puedan
ostentarse como partes importantes del sistema. De esta manera, se han propuesto
algunos criterios que buscan determinar con objetividad el número de partidos
realmente importantes en cada sociedad.
Tales
criterios son relativamente sencillos pues realizan un balance de los resultados
que obtiene cada uno de los participantes en una serie importante de contiendas
electorales. Los partidos que triunfan en un número importante de elecciones
pueden ser considerados como protagonistas del sistema de partidos. También los
que sin triunfar tienen posibilidades de aliarse para constituir coaliciones de
gobierno, tanto en los regímenes parlamentarios (en los que el gobierno es
electo por el órgano de representación política), como en los sistemas
presidenciales (en los que para gobernar, el presidente requiere de una mayoría
en el órgano legislativo, así sea mínima, que le permita lograr la aprobación
de sus iniciativas de ley y de eventuales reformas a los ordenamientos jurídicos
vigentes). Finalmente, también caben en esta categoría los partidos que sin
posibilidad numérica y/o político-ideológica de conformar coaliciones
gubernativas tienen la capacidad de ejercer un nivel significativo de intimidación
política. Ese efecto se produce cuando, por ejemplo, un partido que sistemáticamente
obtiene un porcentaje no despreciable del voto de los ciudadanos se plantea la
posibilidad de abandonar la arena política electoral afectando así los
resultados de futuras contiendas.
Cuando los
sistemas están integrados por más de dos partidos importantes, se dice que
estamos ante el pluripartidismo. Sin embargo, según diversos autores (señaladamente
Sartori, de quien se recoge la clasificación aquí comentada), la dinámica
competitiva entre los partidos es sustancialmente distinta cuando contienden
menos de cinco partidos que cuando se trata de seis o más partidos.
En ambos casos
estamos hablando sólo de aquellas organizaciones políticas que cumplen con los
criterios de tener capacidad de coalición y/o de intimidación. En este tipo de
sistemas, difícilmente un partido tiene mayoría en los órganos parlamentarios
y, por lo tanto, la existencia de un partido de gobierno es remota. Entonces,
por lo regular, surgen coaliciones entre dos o más partidos con el objeto de
formar un gobierno y de que sean aprobadas las normas de gobierno en el
parlamento. En el pluralismo moderado, que puede ser ejemplificado con los casos
uruguayo y argentino, la conformación de una coalición gubernativa normalmente
lleva implícita la de una coalición de oposición, liderada por la segunda
fuerza electoral. En esta situación, la lucha político-ideológica por el
centro del espectro partidario cobra crucial importancia, pues son las
coaliciones centristas las que tienen posibilidades de éxito en las contiendas
electorales y, por lo tanto, en la formación de los gobiernos y en el ejercicio
de la función gubernativa. Los sistemas de pluralismo polarizado, en cambio,
producen un alto nivel de fragmentación político-ideológica entre los
partidos, lo que dificulta tanto la conformación de coaliciones de gobierno
como de coaliciones opositoras y, en consecuencia, se origina un fuerte proceso
de diferenciación entre los partidos, que se alejan del centro como resultado
de las tendencias centrífugas de la competitividad. En este tipo de sistemas
cada partido requiere afianzar su identidad, y por ese motivo evitan formar
parte de coaliciones. Éste es el único sistema en el que incluso los partidos
opuestos al sistema –en el sentido de que no suscriben los términos de la
competencia podrían llegar a ser importantes, porque conservan cierta capacidad
de coalición, pero fundamentalmente porque, dado el caso, pueden aplicar
elevadas dosis de intimidación.
El cuadro
expuesto muestra que en la clasificación de los sistemas de partidos no es
relevante solamente su número, ni siquiera el número de los importantes, sino
las pautas de competencia entre ellos, pues en buena medida éstas hacen
patentes las tendencias políticas de la población en un momento y en un país
determinado. En cada país el arreglo de los partidos en un sistema condensa la
forma de competencia partidaria y cómo ésta se incorpora a la
institucionalidad política vigente. Sin embargo, en la base de esas pautas, y
por lo tanto de la situación política, están las aspiraciones e inquietudes
de la población, que le dan contenido y sustento a sus respectivos sistemas de
partidos, aquí sólo esquematizados.
A esta
formalización causal Duverger agregó elementos explicativos que vale la pena
tener presentes. Afirmó que los sistemas electorales producen dos tipos de
efectos sobre los sistemas de partidos. En primer lugar, el llamado efecto mecánico,
que tiene que ver con la forma en la que la fórmula electoral influye en el
proceso de transformación de los votos en puestos de representación política.
En segundo lugar, Duverger habló de los efectos psicológicos de las fórmulas
electorales, haciendo referencia al hecho de que los electores norman sus
decisiones de voto considerando, entre otros elementos, el funcionamiento del
sistema electoral.
2.4. LAS POSIBILIDADES DE TRANSFORMACIÓN DE LOS SISTEMAS DE PARTIDOS
La historia demuestra que los sistemas
de partidos no permanecen constantes e inalterables. Es razonable aceptar, a
partir del criterio teórico que hemos adoptado, que la variable que mejor
expresa el grado de cambio de un sistema de partidos es el número de partidos
importantes. Esa variable permite, por un lado, clasificar a los sistemas de
partidos y, por el otro, se vincula directamente con diversos patrones de
competencia entre los propios partidos.
Así,
las posibilidades de transformación de los sistemas de partidos y de sus
patrones de competencia pueden detectarse conociendo el número efectivo de
partidos importantes. Si un sistema con partido tradicionalmente predominante
produce repentinamente la alternancia en el poder, es necesario reclasificar a
ese sistema, quizá como bipartidista o como pluralista moderado o polarizado.
Evidentemente, las pautas de competencia de tal sistema de partidos
reclasificado serán significativamente distintas de las que se observaban
cuando el sistema era de partido predominante. Lo mismo puede decirse cuando en
un sistema tradicionalmente bipartidista o pluralista (ya sea moderado o
polarizado) emerge un partido que empieza a ganar sistemáticamente todas las
elecciones y se sitúa como predominante. En este caso la reclasificación se
hace necesaria y observamos, en consecuencia, una modificación sustancial en
las prácticas competitivas de los diversos partidos y en el funcionamiento del
sistema en su conjunto.
Si los
ciudadanos, y en cierta medida los actores políticos, influyen en la
transformación del sistema de partidos, la pregunta central que orienta esta
reflexión consiste en saber si también los sistemas electorales participan, y
cómo lo hacen, en la transformación de los sistemas de partidos. Éste es un
tema muy debatido en la ciencia política, que inició su auge con la proposición
de Duverger sobre la vinculación entre la fórmula electoral y el número de
partidos en una nación y en una circunstancia histórica determinada.
3. ¿Existe relación entre los sistemas electorales y los sistemas de partidos?
Desde
que Duverger presentó su famosa y controvertida "ley del impacto del tipo
de escrutinio en el sistema de partidos" se ha desarrollado una importante
polémica en el campo de la ciencia y la sociología política. Se ha comentado
mucho la hipótesis de que los métodos electorales de mayoría a una vuelta
tienden a producir sistemas bipartidistas, en tanto que los de mayoría a dos
vueltas y los de representación proporcional conducen a la conformación de
sistemas pluripartidistas.
El
propio Duverger sometió a importantes redefiniciones el conjunto de ideas que
conformaron su "ley sociológica tripartita". Con ese perfil la
presentó en la Universidad de Bordeaux en 1945, y seis años más tarde la
especificó y fundamentó en el Congreso
Internacional de Ciencia Política de Zurich, en los siguientes términos:
1.
El escrutinio de representación proporcional tiende hacia un sistema de varios
partidos rígidos e independientes.
2.
La mayoría absoluta con segunda vuelta tiende hacia un sistema de varios
partidos independientes, pero flexibles.
3.
La mayoría simple de una sola vuelta tiende hacia un sistema
bipartidista.
El
elemento psicológico, según Duverger, actuaría de manera similar. Al
percatarse de las posibilidades reales de triunfo de alguno de los
contendientes, los electores no otorgarían su voto a partidos con escasas o
nulas oportunidades. Así, únicamente los dos partidos mayores resultarían
beneficiados, ya fuera porque los electores votaran por el probable ganador o
por el adversario más fuerte.
Duverger
ofrecía como prueba de su argumento, respecto del efecto del sistema de mayoría,
lo sucedido en Inglaterra con la tendencia bipartidista que llevó a la virtual
desaparición del Partido Liberal. En el caso de la representación proporcional
aceptaba que había excepciones tales como Francia
* y Bélgica, donde las tendencias hacia el multipartidismo no eran
fuertes. El más débil de sus argumentos era el referido a la mayoría a dos
vueltas, pues no sólo implicaba un comportamiento complejo por parte de los
partidos y electores, sino que además resultaba difícil ofrecer ejemplos
aceptables de semejante tipo de evolución política. Sin embargo, en un punto
no había duda: Duverger había puesto sobre la mesa de discusión de la
sociología política un tema de gran relevancia.
Cuarenta años más tarde,
el mismo Duverger sometió a crítica sus argumentos y destacó los desarrollos
políticos que sirven para refutar sus propuestas. Expuso cómo en países con
sistemas de rp, como Alemania y
Austria, han surgido tendencias hacia el bipartidismo. Analizó la posibilidad
de un sistema tripartidista en Inglaterra, campeona de la mayoría relativa.
Mostró que en los sistemas a dos vueltas, como el francés, puede producirse
una situación bipartidista y multipolar en la cual dos grandes coaliciones,
conformadas cada una por al menos dos importantes partidos, se disputan el
derecho a gobernar.
Por
esa vía, Duverger lanzó una importante llamada de atención. Los efectos de
los métodos de escrutinio sobre los sistemas de partidos pueden variar en función
de un tercer factor: el tipo de régimen de gobierno de que se trate.
Parafraseando su argumento inicial, es necesario admitir que tanto los efectos
mecánicos como los psicológicos pueden variar según se trate de un sistema
presidencial o de uno parlamentario. Esta variable introduce parámetros
diferentes en la actuación de los partidos y de los ciudadanos.
Las hipótesis de Duverger
estimularon la imaginación de un gran número de investigadores. Algunos
profundizaron en el análisis de las consecuencias políticas de los sistemas
electorales en el nivel de los partidos; otros han puesto énfasis en la dimensión
relativa a las decisiones de los electores y, por último, no faltó quien
aplicara las propuestas de Duverger a casos no estudiados originalmente.
* En 1958 Francia cambió su sistema de representación proporcional por el de mayoría con dos vueltas, que aún está vigente.
Antes de las formulaciones de Duverger se hizo popular lo que ahora conocemos como la "ley del cubo" de los sistemas electorales. Esta ley surgió de la observación empírica de los efectos de los sistemas anglosajones de mayoría relativa, aplicados en distritos uninominales. Por lo anterior, se afirma que en sentido estricto debería denominarse: ley del cubo de los sistemas de mayoría relativa anglosajones. Esta ley relaciona los votos y las curules obtenidos por el primer y segundo partidos e intenta mostrar la ventaja arrolladora del partido con más votos frente a su competidor más cercano. En términos aritméticos la ley postula que la relación proporcional de votos obtenidos por el primer y segundo partidos es igual al cubo de la proporción de curules obtenidas por cada instituto político. La fórmula de cálculo de la "ley del cubo" de los sistemas anglosajones se expresa en los siguientes términos:
c1 / c2 ~ (v1/ v2)3 donde:
c1 = curules obtenidas por el partido 1
c2 = curules obtenidas por el partido 2
v1 = votos obtenidos por el partido 1
v2 = votos obtenidos por el partido 2
Desde
la perspectiva crítica de los sistemas de mayoría relativa, aplicados en
distritos uninominales, la "ley del cubo" hace visible la desproporción
que existe entre los votos y las curules obtenidos por el primer y segundo
partidos. En otros términos, podría decirse que esta ley muestra que para el
primer partido las curules son proporcionalmente mucho más baratas en lo que se
refiere a votos que para su más cercano competidor. No es difícil advertir que
la "ley del cubo" representa la medida de la desproporción entre el
paso de los votos a las curules, y que ésta podría producirse en los sistemas
de mayoría relativa, aplicados en distritos uninominales.
Sin
embargo, otras formulaciones de la "ley del cubo" tienen diversas
aplicaciones. Efectivamente, un sistema que produce una relación estrictamente
proporcional entre los votos y las curules obtenidas por los dos partidos más
votados establece una proporción entre ambos factores, no al cubo sino a la
primera potencia.
El
planteamiento teórico que fundamenta a la famosa "ley del cubo" de
los sistemas de mayoría relativa y uninominales resulta de gran utilidad, ya
que permite vincular proporciones de votos y de curules para evaluar los términos
de equidad de un sistema electoral determinado. Sin embargo, la formulación
específica de la "ley del cubo", incluso si se usa sólo la potencia
uno, tiene importantes limitaciones de aplicación.
3.3. EL LLAMADO EFECTO MECÁNICO
De
una u otra manera los sistemas de mayoría, los de representación proporcional
y los considerados mixtos tienden sistemáticamente a otorgar una representación
proporcionalmente superior a los partidos que obtienen los mejores niveles de
votación. Este efecto mecánico puede favorecer tanto al primer partido como a
los partidos que ocupen segundas y terceras posiciones, siempre que estos últimos
obtengan proporciones significativas de votación. Por eso se dice que es un
efecto que puede observarse en todo tipo de sistemas electorales.
Los
críticos de los sistemas de mayoría hacen énfasis en el efecto mecánico, con
el objeto de mostrar la desproporción en la representación que alcanzan los
partidos con más votos. Curiosamente, también los críticos de los sistemas de
representación proporcional hacen referencia a un presunto efecto mecánico,
vinculado con la normatividad que, en ese tipo de sistema, establece un nivel mínimo
de votación a partir del cual se participa en la distribución de curules. Los
partidos que no alcanzan el mínimo de votación no obtienen ninguna
representación y así, dicen los críticos, los partidos con mayor número de
votos quedan sobrerrepresentados.
Por
otro lado, el efecto mecánico de los sistemas electorales permite que se
constituyan con mayor facilidad mayorías parlamentarias que si cada partido
tuviera exactamente la misma proporción de curules que de votos. Entonces,
argumentan, el efecto mecánico de todos los sistemas electorales es una especie
de elemento vinculado con la gobernabilidad, sobre todo en aquellos sistemas en
los que son los parlamentos los que designan, de entre sus miembros, a todos los
responsables de la administración pública, incluyendo al primer ministro. Los
elementos de gobernabilidad que el efecto mecánico aporta al funcionamiento de
un sistema de partidos son: mayorías claras o, en su defecto, la posibilidad de
construcción de coaliciones de partidos representados ampliamente en los
parlamentos.
3.4. ELPRESUNTO EFECTO PSICOLÓGICO
Según la propuesta de
Duverger, la presencia reiterada del efecto mecánico de los sistemas
electorales conduce al ciudadano a un tipo de comportamiento que podría
denominarse de voto estratégico. Si entre todos los partidos contendientes sólo
dos tienen, como producto del sistema electoral, la posibilidad de constituirse
en mayoría, el ciudadano emite su voto no necesariamente guiándose por sus
inclinaciones ideológicas ni por alguna sesuda evaluación de los programas y/o
la experiencia y desempeño de los partidos en el gobierno sino, más
probablemente, motivado por su capacidad de elección decide favorecer, sin más,
a uno. Este mismo ciudadano podría también decidir su voto por vía negativa,
es decir, castigando al partido que le gusta menos y favoreciendo al
contrincante que desde su perspectiva cuente con mayores posibilidades de éxito.
En los
sistemas mixtos el efecto psicológico del sistema electoral se vincula con el
hecho de que el ciudadano puede utilizar de diversa manera su voto en la elección
de mayoría relativa y en la de representación proporcional. La primera opción
sería entregar ambos al mismo partido. Sin embargo, el efecto psicológico del
sistema conduciría al elector hacia una votación compleja: con su voto de
mayoría relativa elegiría al candidato del partido más cercano a su ideología
y opiniones programáticas, mientras que con su voto de representación
proporcional apoyaría al partido que, según él, debe de ser la segunda fuerza
representada en el parlamento.
3.5. EL PUNTO DE RUPTURA DE LA EQUIDAD
Según
investigaciones recientes, los posibles efectos de los sistemas electorales se
producen de manera integral. A finales de los años sesenta el profesor
estadounidense Douglas W. Rae publicó un trabajo en donde sometió a crítica
la propuesta duvergeriana: The Political
Consequences of Electoral Laws. Para su examen utilizó información jurídica
así como los resultados electorales de 20 países considerados como democráticos,
en un periodo de 20 años. Rae llegó a la siguiente conclusión:
Si resulta de este estudio algún patrón singular, cercano a la categoría de 'ley', es el sesgo persistente de las leyes electorales en favor de los partidos más fuertes y desfavorable para sus contrincantes más débiles. El partido que alcanza muchos votos recibe curules en 'mayor abundancia', mientras que el partido que menos sufragios obtiene recibe menos de las que corresponden a su proporción de votos o, lo que es peor aún, no obtiene ninguna representación. La tendencia de las leyes electorales –y aquí se incluye a los sistemas de rp– en favor de los partidos más fuertes y en contra de los débiles es un hecho casi universal de la vida electoral. *
La famosa leyenda inglesa de Robin Hood, en la que el héroe roba a los ricos para ayudar a los pobres, sirve a Rae para afirmar, con una buena dosis de ironía, que los sistemas electorales representan su antítesis: serían como el comisario de Nottingham, que roba a los débiles para favorecer a los poderosos.
Con
la misma línea de pensamiento, dos investigadores contemporáneos, Rein
Taajepera y Matthew S. Shugart, han propuesto lo que denominan el punto de
ruptura de la equidad. Sus investigaciones empíricas les permitieron llegar a
la conclusión de que todo sistema electoral es como el comisario de Nottingham.
Sin embargo, vale la pena subrayar que la frontera entre los partidos débiles y
los poderosos es distinta para cada uno de los diversos sistemas de partidos.
Es
claro que el punto de ruptura en términos de equidad entre votos y curules
depende de las reglas de funcionamiento de los sistemas electorales y de
partidos, así como de las prácticas políticas de los electores. Un sistema de
mayoría podría favorecer a los dos partidos con más votos y, sin embargo,
fijar "muy bajo" su punto de ruptura de equidad, castigando únicamente
a los que obtienen una votación realmente muy escasa. La determinación de esta
norma puede ser producto del efecto mecánico y del efecto psicológico del
sistema electoral. Asimismo, podría suceder que un sistema de representación
proporcional que ajuste de manera equitativa la proporción de votos que obtiene
la mayoría de los partidos con la proporción de curules que le corresponde,
fije relativamente alto su punto de ruptura de equidad, castigando a los
partidos que estén por abajo de esa frontera, en ocasiones relacionada con el
umbral mínimo de votación que se requiere para participar en la distribución
de curules. En este tipo de sistemas la ubicación del punto de ruptura también
depende del efecto mecánico y del efecto psicológico que el sistema electoral
produzca.
* La traducción es del autor.
4. Los efectos de las relaciones entre los sistemas electorales y los sistemas de partidos
Son
tres los ámbitos en los que todo lo aquí expuesto puede resultar significativo
para una conclusión. El ámbito legislativo, donde se diseñan las leyes
electorales; el ámbito gubernativo, que expresa la incidencia de los efectos de
los sistemas electorales sobre las posibilidades de gobernabilidad de un sistema
y, finalmente, el terreno donde los ciudadanos conocen y actúan frente a las
posibles consecuencias políticas de los sistemas electorales. Como se observa,
son ámbitos en los que aparecen nuevas variables de enorme importancia: el
sistema de partidos y los partidos mismos.
Así,
el legislador puede manipular determinado sistema electoral que, en teoría,
debe producir determinados efectos políticos. Sin embargo, los electores tienen
el poder de echar por tierra la ilusión de ingeniería electoral de los
legisladores. Por eso, la reforma a los sistemas electorales continúa siendo un
tema delicado para ellos, y la tentación de hacer modificaciones, que
eventualmente favorezcan a sus partidos termina, casi siempre, en propuestas
relativamente conservadoras, que preservan la estructura que ha probado producir
ciertos resultados que tienen su origen en el comportamiento de los ciudadanos
frente a ella.
En
el ámbito de la gobernabilidad los partidos y el sistema de partidos juegan
asimismo un papel relevante pues, como en el caso anterior, son los legisladores
quienes deciden conformar las coaliciones parlamentarias que conducen a
situaciones de gobernabilidad o ingobernabilidad. Esto que sucede frecuentemente
en los sistemas parlamentarios también ocurre en los sistemas presidenciales.
En este tipo de sistemas no es necesario que una coalición de partidos tenga
mayoría en el órgano legislativo para que el gobierno pueda constituirse y sea
posible la gobernabilidad. Sin embargo, gobernará con mayor dificultad un
presidente que no cuente con mayoría en el Congreso. En algunos casos, si el
presidente no cuenta con la mayoría del congreso se produce una especie de
empate de poderes, lo que en inglés se conoce como el grid-lock:
cuando el presidente no puede hacer que el congreso apruebe sus iniciativas de
ley, pero tampoco él aprueba las leyes que el congreso le propone, porque
sistemáticamente las veta.
Por
lo tanto, los partidos y sus parlamentarios, elegidos bajo un sistema electoral
determinado, son actores que inciden en la conformación de las alianzas, así
como en los grados de gobernabilidad del sistema en su conjunto.
En
los sistemas presidencialistas la actuación de los ciudadanos es más bien
marginal, porque únicamente pueden sancionar la situación cuando acuden a las
urnas. En los sistemas parlamentarios, una crisis política de gobernabilidad
normalmente se resuelve con la convocatoria a elecciones anticipadas, que
arrojan una correlación de fuerzas distinta de la anterior y se expresa en
cuotas de representación para los diferentes partidos políticos. Entonces, a
partir de una situación inédita se estructuran alianzas nuevas para conformar
la nueva gobernabilidad.
En
cambio, en los sistemas presidenciales casi siempre es necesario esperar a que
termine el periodo presidencial y/o del congreso para que los ciudadanos puedan
emitir su opinión acerca de la situación de gobernabilidad o ingobernabilidad.
Sólo en ese momento el ciudadano opta entre dos caminos: otorgarle la mayoría
al presidente en el congreso, evitando la ingobernabilidad, o conformar un
congreso mayoritariamente opositor, considerando que de esta manera le aplica un
contrapeso más eficaz al poder presidencial. En todo caso, el sistema electoral
afecta en la medida en que como producto de la consulta
para elegir parlamentarios o poderes ejecutivos se trata de un
ingrediente importante para definir el paso de votos a curules.
El
tercer nivel de análisis tiene que ver explícitamente con los ciudadanos.
También aquí las instituciones y los partidos juegan un papel, aunque ahora no
protagónico. El legislativo promulga las leyes que regirán la participación
de la ciudadanía. Por su parte, los partidos, que son los principales
concurrentes a los procesos de elección, ofrecen sus programas y su experiencia
para atraer el voto de la ciudadanía.
En
resumen, parece que la relación entre los sistemas electorales y los sistemas
de partidos se resuelve en un complejo universo de conjuntos y subconjuntos. Las
instituciones políticas, el comportamiento de los ciudadanos, la dinámica de
competencia de los sistemas de partidos y la estructura técnica del propio
sistema electoral serían esos conjuntos. Las implicaciones de esos factores varían
aparentemente de un sistema a otro, de país a país, de tiempo en tiempo y de
sociedad a sociedad.
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Leonardo Valdés Zurita es doctor en Ciencias Sociales con especialidad en Sociología por El Colegio de México. Actualmente es Consejero Electoral del Consejo General del Instituto Electoral del Distrito Federal. Ha sido profesor titular de tiempo completo en el Departamento de Sociología de la uam-Iztapalapa, donde ha impartido diversos cursos para el programa de Licenciatura en Ciencia Política, el Diplomado Universitario en Estudios Electorales y en los programas de Maestría y Doctorado en Estudios Sociales, Línea Procesos Políticos. Ha impartido cursos de posgrado en el Instituto Mora y en la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales, sede México. Fue profesor visitante en el Centro de Estudios Latinoamericanos de la Universidad de Connecticut entre 1990 y 1992. Es Investigador Nacional del Sistema Nacional de Investigadores. Es miembro activo de la International Political Science Association, la Latin American Studies Association y la American Political Science Association. Es presidente de la Sociedad Mexicana de Estudios Electorales. Ha publicado numerosos artículos de investigación en revistas científicas y de divulgación en revistas universitarias, así como artículos especializados en libros colectivos. Algunos de sus trabajos se han publicado en Brasil, Estados Unidos, Gran Bretaña, Uruguay y Venezuela. Fue Director Ejecutivo de Organización Electoral del Instituto Federal Electoral de diciembre de 1996 a enero de 1998.